Al comenzar la temporada de 1931, el nombre de Domingo Ortega estaba en boca de todos los aficionados. En apenas unos meses, había pasado de ser un novillero escasamente conocido, salvo en las localidades cercanas a su pueblo, Borox, a convertirse en uno de los principales alicientes para la campaña que estaba a punto de arrancar. Domingo Ortega cumplió con creces con las expectativas levantadas la tarde de su alternativa, cuajando una actuación muy completa y saliendo a hombros de la plaza.
El 6 de septiembre de 1930 fue una fecha clave en la trayectoria taurina de Domingo Ortega. Ese día, el torero toledano hizo el paseíllo como sobresaliente en Aranjuez. Solamente pudo realizar un quite con el capote, pero éste fue de tal calidad que Domingo Dominguín decidió anunciarlo en el coso madrileño de Tetuán el día 28 de ese mismo mes. El triunfo de Ortega resultó clamoroso, ganándose la repetición en dos ocasiones más. A raíz de los referidos éxitos, y observando las enormes cualidades para el Arte de Torear que atesoraba el diestro de Borox, Dominguín le ofreció una exclusiva para los cinco años siguientes. Gracias a este contrato, Don Pedro Balañá organizó aquel otoño cuatro novilladas en la Monumental de Barcelona, de las que Domingo Ortega salió lanzado hacia la cúspide del toreo y aclamado por la afición catalana.
Durante todo el invierno, se estuvo hablando en los corrillos taurinos de Domingo Ortega y de su irrupción en la Fiesta con una fuerza inusitada. La primera corrida de toros de la temporada de 1931 en el coso barcelonés se fijó para el 8 de marzo. El cartel anunciaba la alternativa de Domingo Ortega, acompañado de Gitanillo de Triana y Vicente Barrera, disponiéndose para la ocasión un encierro del Marqués de Albaserrada, divisa que por aquel entonces estaba en manos de Juliana Calvo, viuda de José Bueno.
A la ciudad condal acudieron aficionados de toda España, aunque el incremento en el precio de las localidades impidió que la plaza se llenara al completo. Al iniciarse el paseíllo, la concurrencia prorrumpió en una sonora ovación para el toricantano, en cambio saludó con pitos la aparición en el ruedo de Gitanillo de Triana y Vicente Barrera. El primer astado de la tarde, con el que Domingo Ortega ascendió a la categoría de matador de toros, se llamó “Valenciano”, era apretado de carnes y algo bizco del pitón izquierdo. El espada toledano, que vestía un terno blanco y oro, lo recibió de forma pausada con el capote, sufriendo dos achuchones al ceñirse mucho el de Juliana Calvo por el lado derecho. Su comportamiento en varas no pasó de discreto, ya que aunque se arrancó de largo en el segundo puyazo, después salió suelto del encuentro. Tras la ceremonia de alternativa, Domingo Ortega se plantó en el platillo de la plaza para brindar la lidia y muerte de “Valenciano” al respetable. Comenzó la faena con unos magníficos ayudados por bajo, conduciendo la embestida del cornúpeta con suavidad pero a la vez con firmeza, tratando de pulir los defectos que tenía su oponente. El público enseguida entró en el trasteo, que, amenizado por la música, se desarrolló en todo momento por el cauce de la entrega del torero. A base de valor, dominio y una buena técnica logró finalmente meter en la muleta al burel. El estoconazo con el que tumbó a la res, fue la rúbrica ideal a su labor. Los espectadores, entusiasmados y asombrados por la capacidad y conocimiento exhibidos por el matador de Borox, solicitaron la oreja al presidente del festejo, que sin dudarlo la concedió.
Las verónicas de recibo al que cerraba la función, que fue de los más grandes del sexteto, llevaron el sello particular de Domingo Ortega, templadas y majestuosas. En quites, encandiló nuevamente al público. Sobresalió al ejecutar uno de lances al costado, soltando una punta del capote y pasándose muy cerca los pitones del toro. La plaza captó de inmediato el riesgo asumido por el diestro, premiándolo con fuertes palmas. Esta faena la brindó Domingo Ortega a Celia Gámez, instrumentando unos soberbios naturales para dar inicio a la misma. Fue una obra completísima, que contó, al igual que sucedió en su primer turno, con acompañamiento musical. Los aficionados que se dieron cita aquella jornada en el coso Monumental disfrutaron del amplio repertorio del torero toledano. Naturales y de pecho, ayudados, muletazos con la derecha y de rodillas, así como un molinete que terminó por enardecer a las masas por el terreno inverosímil que pisó, en la misma cuna de su enemigo. A juicio de Don Ventura en El Día Gráfico, Domingo Ortega equivocó el terreno y la manera de entrar a matar al ejemplar de Juliana Calvo, dado que el animal estaba aplomado. El espada se recreó en la suerte, atacando en corto y muy despacio, cuando según el citado cronista lo idóneo hubiera sido hacerlo desde lejos y más rápido. De ahí que llegaran los pinchazos con el estoque, intercalados con más muletazos. Necesitó Ortega de cuatro intentos con la tizona, rematando su actuación definitivamente con el descabello. Una vez arrastrado el toro, los aficionados se lanzaron a la arena para coger en hombros al nuevo ídolo, abandonando de esta guisa la Monumental barcelonesa.
Los elogios a Domingo Ortega tanto del público como de la prensa tras la tarde de su alternativa fueron unánimes, proclamándolo ya como una auténtica figura del toreo. Y no quedó ahí la cosa, sino que el corresponsal de La Fiesta Brava afirmó que el diestro castellano era uno de los elegidos para cambiar el rumbo de la Fiesta a comienzos de la década de 1930. Del resto del festejo, señalar la vuelta al ruedo de Gitanillo de Triana frente al primero de la suelta y la gran tarde que ofreció Vicente Barrera, que no pudo obtener ningún trofeo a causa de su desacierto con el acero pero que recibió el calor del público catalán. Por otro lado, subrayar también el percance sufrido por el picador Vicente Raimundo “Cerrajas”, que fue herido en el escroto por el cuarto astado de la corrida.
La tarde del 8 de marzo de 1931, Domingo Ortega comenzó a escribir en Barcelona su particular capítulo en la historia del toreo, sin duda uno de los más destacados de tan extenso libro. Dominio, valor, inteligencia… son sólo algunas de las virtudes que poseía como torero el de Borox, que siempre consiguió algo a veces tan difícil como es darle la lidia adecuada a cada res que sorteaba. En su concepto del toreo no había lugar para lo superfluo o el adorno sin sentido, todo lo que realizaba ante el toro tenía una explicación y un porqué, buscando en todo momento el sometimiento de su embestida con firmeza y autoridad. Las aficiones más exigentes acabaron entregándose sin remisión a Domingo Ortega, figura indiscutible de los años 30, 40 y 50 del siglo XX y uno de los pilares fundamentales de la Tauromaquia moderna.
Imagen: Tendido Cero – TVE